lunes, 25 de abril de 2011

Playas del Mediterráneo y nostalgia de Madrid

En el fondo son todas iguales, y me cansan. Desde hace doce años, vengo aquí casi por imposición, a mi cárcel de inactividad y aburrimiento, dominada por el olor de la sal y el sonido de las olas. ¿Qué tienen de especial las playas, que le gustan a todo el mundo? ¿Por qué eso sí y no el bullicio de la ciudad? Respiro profundamente y recuerdo los sonidos de mi amado Madrid. Recuerdo el metro, el ruido de los coches, la vista de la Gran Vía desde Plaza España, los paseos de la calle Princesa, las intrincadas calles del centro y el cálido sol de la Plaza de Oriente. Lo echo de menos.

El romper de las olas me trae de vuelta. Mis pulmones se llenan de humedad, y puedo volver a oler el salitre de las rocas de los acantilados. Con el libro debajo del brazo, sigo caminando. Cuando llego a playa, me quito las zapatillas y con cuidado las guardo en la mochila. Me subo los bajos de los pantalones y salto a la arena, tocando por primera vez en meses esta arena que me es tan familiar. Sigo andando. Tímidamente, me acerco a la orilla y dejo que las aguas del Mediterráneo acaricien mis pies descalzos, para retroceder, juguetonas, al ritmo de las olas.

Me acuerdo de ti y sonrío. Tu insistencia continua "ve a la playa, aprovecha ya que estás ahí". Vuelvo a sonreír. ¿Qué tiene esto de especial? Llevo viniendo aquí tanto tiempo que me aburre la misma imagen siempre. Las playas abarrotadas, la gente gritando y las ansias de sol... aunque bueno, eso es en julio y en agosto. Ahora no es así. Ahora las playas están desiertas, nadie más que un par de alemanes quiere estar aquí. Yo no quiero estar aquí, pero sigo paseando, con Cien años de soledad abierto por una página que no estoy leyendo. No hago más que mirar al infinito, otear el horizonte, pensando en lo que hay más allá. "Italia", pienso,"antigua tierra de los romanos... un país bello al que un día iré... ¡pero ahora estoy aquí, aburrido!".

Me alejo de la orilla y me siento sin mucho cuidado, dejando que la arena, revoltosa, juegue dentro de mi ropa. Hundo los pies en esa misma arena y miro con cuiriosidad cómo ésta va engulléndolos, como si fuese acabar cubierto entero.

Me concentro y vuelvo a abrir Cien años de soledad para vivir las aventuras de Macondo, en ese increíble mundo de fantasía dominado por los Buendía. Sin embargo, no puedo. Por lejos que esté, por mucho que vuelva a mi cárcel de monotonía e inactividad, aunque ni si quiera sepa dónde está ni qué hace, me acuerdo de unos ojos del color de este mar tranquilo, que, aunque me recuerde al aburrimiento de Alicante, también me recuerda a él.

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