jueves, 29 de julio de 2010

Te quiero.

Hora tras hora, día tras día, busco a alguien con quien hablarlo. Se hace duro permanecer callado ante esto, y es que te quiero. Sé que tú no lo puedes saber, y aún así, no puedo dejar de gritar que te quiero. A los cuatro vientos y frente al mar, en cualquier sitio lo diría... en cualquier sitio menos delante de ti.

Tú no te enteras, tú no quieres enterarte, tú no quieres saberlo, pero ojalá algo sospecharas... y es que no puedo dejar de pensar en ti, no puedo evitar ese brinco en mi corazón cada vez que te veo, y tú sigues ahí, sin respuesta aparente, con la mente en otros horizontes, horizontes lejos de mí.

Sin embargo, me da igual, sólo quiero que seas feliz, a cualquier precio. Tu sonrisa me da la vida, aunque tú no lo sepas, así que no me queda más remedio que animarte a que te alejes de mí, para que vivas feliz, lejos de mí, pero feliz; porque tu felicidad es el viento que mueve los molinos de mi corazón.

Sé que no vas a saber que eres tú, pero lee esto. Lee esto y que sepas que a alguien le estoy diciendo que le quiero, y ese alguien eres tú. En serio, aunque esta carta sin destinatario se pierda en el olvido, quiero que lo sepas, y algún día lo sabrás. Te quiero.

domingo, 25 de julio de 2010

Una dibujante enamorada.

No puedo perdonarte. Lo siento, pero no puedo. Lo que me hiciste fue… es… horrible. Te dije lo que sentía, lo mucho que te quería… lo mucho que te quiero… y tú, parado, quieto, no hiciste nada, no dijiste nada, tan sólo callaste.

Y yo soy idiota, muy idiota, porque no puedo perdonarte, pero tampoco puedo olvidarte. No puedo dejar de quererte cada día más, porque tú eres mi punto débil. Por ti me levanto cada mañana, por ti voy al colegio, por ti sigo viviendo. Porque te quiero y no lo puedo evitar. Porque aunque me hiciste mucho, muchísimo daño, no puedo evitar que se me acelere el corazón cada vez que ríes, cada vez que me miras y veo en tus ojos ese atisbo de… ¿dolor? Quizá lástima.

Y ahora voy aquí, en un autobús, sin compañía de nadie. Con mi cuadernillo abierto, garabateando sinsentidos, sinsentidos que siempre acaban de la misma forma: tú. Sin querer empiezo a perfilar tu nariz, tus ojos verdes, tu casual sonrisa, tu pelo, tus hombros… tú.

Sigo avanzando, mirando al exterior de vez en cuando, esperando verte en cualquier rincón, riéndote con tus amigos, para poder sonreír como solo tú consigues que lo haga.

Paso página tras página en mi cuadernillo de dibujo, donde sales tú, sólo tú, porque sólo por ti dibujo, al igual que sólo por ti vivo. Dibujo tras dibujo, trazo tras trazo, solo eres tú. Tú riendo, tú disfrutando, tú mirando al infinito y, por último, tú y yo. Mi fantasía, mi final feliz que nunca se cumplirá. Tú y yo.

Porque por eso te odio, porque te quiero. Porque no te puedo perdonar por hacerme quererte tanto y que no seas capaz de devolverme el cariño.

Entonces, me bajo del autobús. No es mi parada, lo sé, pero creo que debo hacer algo. Con el cuadernillo debajo del brazo, sigo andando. Miro a un lado y a otro, sin saber exactamente qué busco en la oscuridad. Avanzo. Entro por el portal, casualmente abierto. Subo piso tras piso, y me planto delante de tu puerta y lo oigo. Una monótona y repetitiva melodía en el piano… quizá acompañada de algún que otro suspiro. Sonrío y me preparo para hacer una locura, para hacer La Locura.

Llamo a tu puerta y ésta se abre. Entonces mi voz, entre llorosa y emocionada dice: “¿Se puede?”

Un escritor enamorado

No soy más que un pobre escritor enamorado. Desde un destartalado ático en Barcelona, tecleando en mi vieja máquina de escribir, sólo siento ganas de abrir la ventana, y a los cuatro vientos gritar “Te quiero”.

Pero algo me lo impide. ¿Qué será? ¿La sociedad? ¿Mis amigos? ¿El sentido común? No lo sé. Ya no sé nada. Me cuesta saber qué es qué, porque tú me faltas. Porque tú no estás ahí, para abrazarme y quererme, y me tengo que aferrar a mis sueños imposibles, en los que tú, sin saberlo, eres mi musa.

Sigo tecleando en la máquina, sin parar, intentando encontrar una respuesta, un final feliz. Un final imposible. Si las cosas fuesen como en una de mis historias… si pudiese decirte “Te quiero”, pero borrar la escena si no me gusta el desenlace… si las cosas fuesen tan fáciles… probablemente esto que hacemos no sería vivir.

Sigo aplastando una tecla detrás de otra. Letra tras letra, palabra tras palabra, frase tras frase, espero a que se hagan realidad… pero ninguna lo hará. Porque sigo esperando las fuerzas que necesito para aparecer en tu puerta y decirte que te quiero, para que no me importe lo que digan los demás; tan solo ver tu sonrisa. Para siempre.

Pero supongo que es imposible. No es realista pensar que tú y yo… cuanto más lo pienso más ridícula me parece la idea… pero… ¿de sueños vive el Hombre? No. De sueños no vive. Por sueños muere, por sueños desespera… el Hombre vive de actos, vive de palabras.

Me decido. Cojo mi abrigo y salgo a la calle, y me preparo para decir muchas cosas que sé que en realidad no podré decir.

Ahora, delante de tu puerta, las cosas parecen más complicadas. La mano que llamará a tu puerta me pesa más que nunca, y aún así, consigo seguir adelante. Entonces tú, increíble -como siempre- abres la puerta, y yo, tras un pequeño balbuceo, consigo decir:

- Quería gritar esto desde mi ventana, pero no sabía si el viento sería capaz de traerte mis palabras. Tan sólo quería decirte que… te quiero.

domingo, 18 de julio de 2010

Un pianista enamorado.

¿Por qué he de aparentar lo que no soy? ¿Por qué mentir sobre lo que pienso y lo que amo? ¿Por miedo a lo que digan los demás? Daría lo que fuera, cualquier cosa, por ser como tú. Por haberme atrevido a decir las cosas claras, a decir que me querías. En ese momento yo me porté fatal. No te hablé, apenas te miré, miles de pensamientos cruzaron mi cabeza menos el de abrazarte, fuerte, para que supieses que yo sentía lo mismo que tú.

En vez de eso, lo único que hice fue quedarme quieto, parado, viendo como todos los demás soltaban risitas y tú pasabas a ser el hazmerreír del colegio, la persona que se enamoró de la persona equivocada. Nadie te lo reconoce… nadie te reconoce el valor que tuviste para decir “Te quiero” en medio de los pasillos. Yo día a día intento que veas en mí el arrepentimiento que me recorre, el pesar que me invade, el horror de pensar que lo que yo sentí desde aquel verano, no se va a ver satisfecho nunca.

Y ahora, sentado sobre la banqueta del piano, reclinado sobre las teclas, tocando una monótona y repetitiva melodía, me encuentro solo. Solo, deshecho y enamorado. Yo también quisiera tener el valor para decir “Te quiero”, pero sabes que no puedo. Demasiadas preguntas, demasiadas explicaciones. Ya ni siquiera te pido que estemos juntos, que nos queramos. Sólo pido que vengas y te sientes a mi lado, y me dejes tocar para ti. Que te apoyes en mi hombro y escuches mi respiración, acelerada al sentir tu contacto. Que suspires y mires con atención mis manos, que acarician el piano para ti. Sólo para ti.

Me gustaría que ahora sonara el timbre, abriese la puerta y fueses tú diciendo: “¿Se puede?”. Para entonces abrazarte y besarte, como sólo tú te mereces; para tocar para ti durante toda una noche si es necesario, por que tú te lo mereces todo. Todo y más.

Entonces, suena el timbre, y al abrir oigo una tímida voz que, entre llorosa y emocionada dice: “¿Se puede?”.

viernes, 16 de julio de 2010

Cenizas de una hoguera; olor a campamento.

Campamento es el peso de la mochila sobre los hombros; el respirar el polvo levantado por tus pies; el dormir incómodo por las ramas que hay debajo de la tienda y levantarte a las ocho de la mañana para cantar en el acto de banderas. Campamento es estar con un grupo de personas que te levantan cuando te caes por el peso de tu mochila; llenar los pulmones de aire puro y con olor a pino; fingir que duermes cuando los monitores pasan delante de tu tienda y volver a hablar con tus amigos cuando se han ido; y arrastrarte legañoso para cantar la parodia que has hecho con tus amigos del himno del campamento.

Campamento no es dificultad, es reto. Campamento no es incomodidad, es naturalidad. Campamento no es aburrimiento, es una risa continuada.

Sabes que estás en un campamento cuando en las comidas te da igual la calidad del alimento, porque lo que importa es la calidad de la conversación; cuando en una marcha lo importante no es el dolor punzante de tus ampollas, sino lo alto que cantes para animar tu alma; cuando en las duchas no importa lo fría que esté el agua, sino el ritmo con el que bailes las canciones que ponen los monitores.

Por último, no quieres irte del campamento cuando comprendes que no vas a estar mejor con tus compañeros en ningún otro sitio; cuando un niño pequeño se te acerca a pedirte ayuda; cuando un monitor te despierta tirándose encima tuya y tú tienes confianza para forcejear con él; cuando comprendes que te da igual el estar sucio a los diez minutos de haberte duchado, porque cambiarías todo lo que tienes en tu casa por llevar orgulloso tu pañoleta.