viernes, 31 de diciembre de 2010

No soy ese tipo de persona

No soy esa persona a la que te quedas mirando en el metro. No tengo ese fascinante aura de misterio de muchos extraños. No dan ganas de conocer mi historia. No soy esa persona con porte elegante y caminar ligero a la que dan ganas de conocer mientras mira a un punto infinito en el vagón. Me gustaría ser así. Pertenecer a ese selecto grupo de gente a la que le queda bien toda prenda que se ponga. Ese grupo de gente con mirada inteligente y estilo misterioso, con esa sonrisa perfectamente casual y la ropa con un ligero aspecto de desorden, que te recuerdan que todo ese efecto lo consiguen sin ningún esfuerzo, y cuyo gran toque de humanidad puede ser un simple lunar en el labio. Sí, me gustaría ser como ese tipo de gente cuyo peinado parece haber nacido con ellos, en el que cada mechón de pelo parece cuidadosamente puesto en su lugar, incluso aquellos cuya disposición parece anárquica con respecto al resto.

Veo a ese tipo de personas de vez en cuando en el Metro, en el autobús, andando por la calle, tomando un café o incluso en mi propio instituto. Me giro, les miro y esa mezcla entre fascinación y envidia se extiende por mi cuerpo. Si veo que escuchan música, me pregunto qué clase de música alternativa y personal estarán escuchando. Puede que estén escuchando la música más comercial y común, pero cuando veo el leve bailar de sus labios, dejando escapar invisibles letras de canciones, creo que cualquier canción, la que sea, se convierte en algo sofisticado, complicado e inteligente. Tienen esa extraña mirada solitaria, a veces mezclada con algo de indiferencia, que te hace ver que no necesitan demasiada compañía, que están bien ellos solos, que les gusta ser como son: diferentes, incluso mejores.

Yo no soy así. Soy un simple chaval, andando por el metro, sujetándome esos pantalones que me están bien de largo pero no de ancho, e intentando que no se me caiga la carpeta llena de apuntes. No me apoyo con ninguna elegancia en la barra del metro, simplemente me derribo, derrotado, contra el suelo y observo al resto del vagón con cierta curiosidad, quizá buscando a alguna de estas personas. Cuando llega el momento, me levanto torpemente y sigo andando mientras me sujeto los pantalones, algo incómodo.

No, definitivamente no soy una de esas personas interesantes, claramente inteligentes, guapos, fascinantes en definitiva. No tengo esa perfecta sonrisa en las fotos, no tengo esa expresión impenetrable y esos bonitos ojos indescifrables que brillan con ingenio en las fotos. Pero... ¿Merece la pena? ¿Merece la pena ser así de cercano a la perfección? ¿Quién sabe lo solas que están esas personas? Quizá se sientan solos, aislados por la envidia del mediocre o sientan que no hay gente como ellos cerca. Quizá si les preguntásemos, preferirían ser un pequeño chaval torpe en el metro que intenta no caerse a cada paso. Quizá no. Nunca lo sabré, porque no soy ese tipo de persona.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Fotos

Miro una foto detrás de otra. No busco nada. Ni familiares, ni amigos, ni una cara que me conozca y me devuelva una sonrisa vacía, acompañada de dos ojos que miran al infinito. Sigo pasando fotos. No conozco a nadie, no sé cómo suenan sus voces, ni cómo es la calidez de sus ojos o el tacto de su piel. Pienso que igual me gustaría conocerles, me gustaría vivir otra vida, ser otra persona, cambiar. Me quito esa idea de la cabeza y sigo pasando foto tras foto.

No lo entiendo. No entiendo por qué sigo pasando fotos, pero no puedo parar. Quiero verlas todas, una tras otra, sin dejarme ni una. Sigo viendo sonrisas desconocidas y miradas que me son extrañas. No forman parte de mi vida. Esos ojos, esas caras nunca me mirarán a mí. Es una sensación extraña, puedo verles, puedo conocer cada mancha en su piel y cada remolino en su pelo, pero no puedo ser parte de su vida.

Me imagino entre ellos, riendo, sonriendo a las fotos... sin saber que alguien a quien no conozco, me está mirando a través de una pantalla, estudiando cada mechón de mi pelo, cada arruga en mi frente y cada corte en mi piel. Me imagino fotos de un futuro en el que aparezco y que nunca ocurrirá, porque no es mi futuro. Esas fotos no son más que manchas de pintura en un lienzo de irrealidad. Una profunda sensación de melancolía me inunda, y me siento extrañamente vacío. Echo de menos a mis falsos amigos. Aquellos de los que conozco su cara, su pelo, sus ojos, sus manos, su ropa... pero no a ellos. No, a ellos no les conozco, pero les echo de menos. Mi futuro inventado, en el que sonrío con ojos vacíos y sonrisa preparada a una cámara junto a ellos, me hace llorar su ausencia. Ausencia que no existe, porque ellos nunca han estado. Ni ausentes, ni presentes.