viernes, 10 de septiembre de 2010

Nuevo comienzo.

Miro adelante y no sé qué veo exactamente. No veo nada, en realidad. No hay planes, no hay expectativas. Sólo existe el presente y el pasado que construye mi futuro. Estoy parado. Ahora que lo único que me quedaba para terminar con la anterior etapa de mi vida, he podido arrancarlo y tirarlo al suelo, no sé cómo avanzar.

No tengo miedo, sólo incertidumbre. ¿Ahora qué? ¿mirar adelante y nada más? ¿hasta divisar algo a lo que agarrarme? No. No cometeré ese error. Por una vez, no miraré hacia adelante para ver cómo pueden ser las cosas dentro de unos meses. Miro a los lados para ver a la gente que sé que me acompañará, y que estará ahí siempre. Esa gente que lleva acompañándome desde hace mucho, y otros que aún conociéndome desde hace poco tiempo, han hecho una gran huella en mi corazón.

Ellos son aquellas personas que no me defraudarán, porque habiendo podido hacerlo, no lo han hecho todavía. Porque ellos son mi vida y mi soporte. Porque unos me sujetan cuando otros flaquean. Porque les quiero, y confío en que lo sepan.

De estos dos años siguientes no sé nada. Sólo sé que la Lengua será mi herramienta, las lenguas muertas mis camaradas, la Historia mi aliada, la Filosofía mi maestra y la Literatura mi pasión. No pido más, porque eso es suficiente. Es lo que llevo deseando quince largos años. Cumplir mi sueño académico: ser de Humanidades.

Ahora, ante la puerta de este nuevo Universo, todo lo acontecido anteriormente parece mucho más lejano... mucho menos dañino, mucho más soportable.

Sigo sin tener miedo, porque voy a cumplir mi sueño, y vosotros, mis amigos, me vais a acompañar.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Plantar cara.

Hay veces en la vida en las que tienes que ser fuerte, ponerte en pie y dar un puñetazo en la mesa. Plantar cara a la persona que te hace la vida imposible, y hacerle que se de cuenta de que no eres débil, que eres más fuerte que él y que estás dispuesto a pelear para pasarle por encima.

Son esas veces, en las que te sientes más débil, en las que te cuesta más levantarte. En las que es más duro el paso que hay que dar para dar el golpe. Pero no he de amilanarme. No he de acobardarme y encogerme en un rincón para esperar a que pase la tempestad. Hay que plantar cara. Tengo que mostrarme firme para que veas cuál es la realidad.

He de mostrarte, que aunque tú parezcas el fuerte de los dos, no es así. Yo parezco más débil porque yo siento. Me enamoro, sufro, lloro... mucho más de lo que tú puedas llegar a imaginar... pero eso no me hace débil. Todo lo contrario: me hace fuerte. Y por eso soy mucho más fuerte que tú, por eso soy mucho más valiente. Porque después de meses de sufrimiento y de encogerme en mí mismo, tengo el valor de plantarme delante de ti y preguntarte "¿Por qué?". Aunque la respuesta ya la sé. Miedo. Siempre es esa la respuesta. Tuviste miedo y no arriesgaste, no pensaste lo que era mejor para los dos, si no lo que era más cómodo para ti.

Yo he llorado. He llorado mucho... pero cada lágrima derramada me ha hecho más fuerte, más valiente, más inteligente y, sobre todo, más maduro. Puede que tú siempre tengas tres años más que yo... pero yo siempre habré llorado y habré sufrido más que tú, lo que significa que he aprendido más que tú.

Porque yo he luchado, y he sufrido por conseguir lo que quiero. He atravesado dificultades, he pasado por mundos de horror y por verdaderos infiernos, aprendiendo de mis errores y de los tuyos, mientras tú te escondías, huías, como un auténtico cobarde. Porque eso es lo que eres. Un cobarde. Un cobarde que no supo estar a la altura.

Ahora, con todo esto a mis espaldas, con todas mis lágrimas, todos mis sentimientos y todas mis fuerzas, soy capaz de levantarme, dar un puñetazo en la mesa y preguntarte: "¿Por qué?"