viernes, 13 de agosto de 2010

Lo que más odio de ti.

Siempre, siempre estás ahí. Por favor, vete ya, déjame en paz. Quiero vivir. Vivir agusto, en un mundo donde tú y todo lo relacionado no aparezcáis... un mundo donde pueda vivir sin tener que preocuparme de cómo son las cosas, de qué pensarás o qué harás. Un mundo tranquilo.

Me gustaría poder pensar que las cosas pueden ir bien. Que podemos estar en una misma habitación sin que vaya intentar hacerte daño... pero no. Eso sería mentirme a mí mismo. Las cosas no pueden salir bien contigo. Sin la tentación de volver a hablarte alguna vez, porque sé, porque sabemos que volverás a hacer las cosas mal si así es; así que vete, por favor, te lo suplico. Vete y no vuelvas... no me hagas pensar que eres un mero recuerdo para que cuando aparezcas todo mi trabajo por seguir adelante sea derruido por ti.

Te odio, lo sabes. Te odio con todas mis fuerzas, porque te tengo miedo. Un miedo atroz. Por ti he sufrido más que nadie, por ti he pasado por lo peor. Por ti no quiero volver a verte, porque si nos volvemos a ver, no sé si seré lo suficientemente fuerte como para ignorarte. No sé si seré lo suficientemente fuerte como para no intentar hacerte daño. No sé si seré lo suficientemente fuerte como para no volver a caer en lo mismo.

Te detesto. Por ti he estado en lo peor, por ti he hecho lo peor, por ti he sido lo peor, y tú... nada. Vete, déjame en paz antes de destruirme completamente, déjame vivir para poder disfrutar como no me dejaste. Porque es horrible pensar que después de todo el esfuerzo que he hecho por olvidarte lo puedes revertir apareciendo en unas cuantas fotos con una sonrisa.

Porque por eso te odio, porque he pasado por lo indecible por tu culpa, he llorado, he gritado, me he rendido y... a pesar de todo, no soy capaz de olvidarte y decir... "Ya no te quiero". Porque seas o no la misma persona que yo conocí, te sigo queriendo y, a ratos, sufro por ser tan débil. Porque a pesar de todo lo que me has hecho, te quiero. Eso es lo que más odio de ti. No te conformaste con hacerme daño, ahora también tengo que seguir queriéndote.

Sobrevolando el Atlántico

Después de tres horas de viaje, ese asiento que al principio del viaje tan cómodo se antojaba, me resulta incómodo. Me revuelvo intentando encontrar una posición más cómoda, y miro a mi derecha. Veo a mi amigo, plácidamente dormido. Sonrío. Por mucho que este sentimiento de claustrofobia se extienda dentro de mí, y por mucho que se me entumezcan las piernas por la falta de movimiento, esto es el principio de algo grande. Algo muy grande. Veinte días, para él y para mí. Para nadie más. Es tiempo de ser egoístas, tiempo de disfrutar por nosotros y para nosotros.

Recuerdo mi país, posiblemente ya a unos tres mil kilómetros de aquí. Recuerdo toda la gente que desde allí piensa en nosotros dos, y quiere saber de nosotros y nuestra pequeña gran aventura. Sonrío otra vez. Aunque quiera disfrutar y que sean veinte días sin problemas, veinte días para dejar de pensar… no puedo evitar echar de menos a esas personas que, físicamente o no, están conmigo.

Me vuelvo a revolver en mi asiento, nuevamente incómodo. Imagino lo que me espera después de la inmensidad del océano. Nueva York, Washington, Orlando, Filadelfia. Asfalto, humo, enormes edificios. Edificios que cuentan historias, todas las historias de la gente los ha admirado, dejando dentro de las imponentes masas de cemento, un pedacito de ellos.

“Les dejaré allí” Pienso. “Aunque no vean el Empire State Building nunca en su vida… una parte de ellos estará allí para siempre. Esa parte de ellos que viaja conmigo, ahora y cada día de mi vida”

Relajado, me recuesto sobre el respaldo, cierro los párpados y suspiro. Acunado por mis amigos me dejo llevar en volandas por los brazos de Morfeo. Sueño. Oscuridad. Todo ello, sobrevolando el Atlántico.