viernes, 31 de diciembre de 2010

No soy ese tipo de persona

No soy esa persona a la que te quedas mirando en el metro. No tengo ese fascinante aura de misterio de muchos extraños. No dan ganas de conocer mi historia. No soy esa persona con porte elegante y caminar ligero a la que dan ganas de conocer mientras mira a un punto infinito en el vagón. Me gustaría ser así. Pertenecer a ese selecto grupo de gente a la que le queda bien toda prenda que se ponga. Ese grupo de gente con mirada inteligente y estilo misterioso, con esa sonrisa perfectamente casual y la ropa con un ligero aspecto de desorden, que te recuerdan que todo ese efecto lo consiguen sin ningún esfuerzo, y cuyo gran toque de humanidad puede ser un simple lunar en el labio. Sí, me gustaría ser como ese tipo de gente cuyo peinado parece haber nacido con ellos, en el que cada mechón de pelo parece cuidadosamente puesto en su lugar, incluso aquellos cuya disposición parece anárquica con respecto al resto.

Veo a ese tipo de personas de vez en cuando en el Metro, en el autobús, andando por la calle, tomando un café o incluso en mi propio instituto. Me giro, les miro y esa mezcla entre fascinación y envidia se extiende por mi cuerpo. Si veo que escuchan música, me pregunto qué clase de música alternativa y personal estarán escuchando. Puede que estén escuchando la música más comercial y común, pero cuando veo el leve bailar de sus labios, dejando escapar invisibles letras de canciones, creo que cualquier canción, la que sea, se convierte en algo sofisticado, complicado e inteligente. Tienen esa extraña mirada solitaria, a veces mezclada con algo de indiferencia, que te hace ver que no necesitan demasiada compañía, que están bien ellos solos, que les gusta ser como son: diferentes, incluso mejores.

Yo no soy así. Soy un simple chaval, andando por el metro, sujetándome esos pantalones que me están bien de largo pero no de ancho, e intentando que no se me caiga la carpeta llena de apuntes. No me apoyo con ninguna elegancia en la barra del metro, simplemente me derribo, derrotado, contra el suelo y observo al resto del vagón con cierta curiosidad, quizá buscando a alguna de estas personas. Cuando llega el momento, me levanto torpemente y sigo andando mientras me sujeto los pantalones, algo incómodo.

No, definitivamente no soy una de esas personas interesantes, claramente inteligentes, guapos, fascinantes en definitiva. No tengo esa perfecta sonrisa en las fotos, no tengo esa expresión impenetrable y esos bonitos ojos indescifrables que brillan con ingenio en las fotos. Pero... ¿Merece la pena? ¿Merece la pena ser así de cercano a la perfección? ¿Quién sabe lo solas que están esas personas? Quizá se sientan solos, aislados por la envidia del mediocre o sientan que no hay gente como ellos cerca. Quizá si les preguntásemos, preferirían ser un pequeño chaval torpe en el metro que intenta no caerse a cada paso. Quizá no. Nunca lo sabré, porque no soy ese tipo de persona.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Fotos

Miro una foto detrás de otra. No busco nada. Ni familiares, ni amigos, ni una cara que me conozca y me devuelva una sonrisa vacía, acompañada de dos ojos que miran al infinito. Sigo pasando fotos. No conozco a nadie, no sé cómo suenan sus voces, ni cómo es la calidez de sus ojos o el tacto de su piel. Pienso que igual me gustaría conocerles, me gustaría vivir otra vida, ser otra persona, cambiar. Me quito esa idea de la cabeza y sigo pasando foto tras foto.

No lo entiendo. No entiendo por qué sigo pasando fotos, pero no puedo parar. Quiero verlas todas, una tras otra, sin dejarme ni una. Sigo viendo sonrisas desconocidas y miradas que me son extrañas. No forman parte de mi vida. Esos ojos, esas caras nunca me mirarán a mí. Es una sensación extraña, puedo verles, puedo conocer cada mancha en su piel y cada remolino en su pelo, pero no puedo ser parte de su vida.

Me imagino entre ellos, riendo, sonriendo a las fotos... sin saber que alguien a quien no conozco, me está mirando a través de una pantalla, estudiando cada mechón de mi pelo, cada arruga en mi frente y cada corte en mi piel. Me imagino fotos de un futuro en el que aparezco y que nunca ocurrirá, porque no es mi futuro. Esas fotos no son más que manchas de pintura en un lienzo de irrealidad. Una profunda sensación de melancolía me inunda, y me siento extrañamente vacío. Echo de menos a mis falsos amigos. Aquellos de los que conozco su cara, su pelo, sus ojos, sus manos, su ropa... pero no a ellos. No, a ellos no les conozco, pero les echo de menos. Mi futuro inventado, en el que sonrío con ojos vacíos y sonrisa preparada a una cámara junto a ellos, me hace llorar su ausencia. Ausencia que no existe, porque ellos nunca han estado. Ni ausentes, ni presentes.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Disfruta de tus contradicciones

Porque quiero y no quiero. Porque si no voy mañana, me arrepentiré durante toda mi vida. Pero... quisiera parar el tiempo. No, no pararlo. Retroceder en él. Quiero volver al año 2000, porque estos últimos diez años han pasado tan rápidos... tan enormemente rápidos... quiero volver a vivir con impaciencia los lanzamientos de los libros, volver a conocer a mis mejores amigos, volver a jugar en los recreos a ir a Hogwarts, y tener el secreto deseo de recibir cierta carta a los once años.

Pero sé que es hora de dar un paso adelante. El penúltimo paso. Ya no hay más que ésta y otra. Suena trágico, pero una parte de mi vida acaba, y es Harry Potter quien se la lleva. Diez años de mi vida por y para él, un niño que dicen nació en Gran Bretaña, un 31 de Julio de 1980, pero que en realidad nació cuando la idea empezó a moldearse en la cabeza de Joanne Kathleen Rowling.

Ya nada queda más que esperar. Ver mañana una película, dentro de ocho meses otra, y mientras tanto, desear verla y no verla. Verla para continuar adelante, no verla para volver hacia atrás, pero no es posible. Sólo queda esperar, y mientras tanto, disfrutar de tus contradicciones.

domingo, 7 de noviembre de 2010

De Plaza Elíptica a República Argentina.

El andén bullicioso de la estación de Plaza Elíptica. Un bostezo. Se me caen los párpados. Un bostezo. Me pesa la mochila. Un bostezo. Miro hacia arriba, derrotado. Cambio el peso de un pie a otro, impaciente. Miro a la pantalla. Queda un minuto. Bajo la vista al suelo y miro mis pies. Golpeo el suelo con ellos sin un ritmo demasiado claro.

Un ruido atronador. El chillido del metro resuena en mis tímpanos, y doy unos pasos hasta pisar la línea amarilla al borde del andén. El tren para. Busco la puerta más cercana y entro. Me siento en el suelo, saco el libro y empiezo a leer.

Sin levantar la vista de mi libro, sigo adelante. Usera. El vagón no está lleno. La gente se apoya contra las barras del vagón, y miran al infinito. ¿A dónde irán? No lo sé. Puedo ver la pereza en sus ojos. La añoranza de una cama cálida y acogedora donde dormir hasta tardías horas de la mañana. Legazpi. Baja gente, sube gente. El vagón sigue igual de lleno. Nuevas caras, legañas en la comisura de los ojos. Bostezos, uno tras otros. Vuelvo la vista a mi libro, e intento continuar, pero las caras de la gente me llaman. Cada una con una historia, cada una con sus propias preocupaciones y alegrías. Arganzuela-Planetario. Sube gente. Nadie baja. El vagón empieza a estar más lleno. Sigo mirando a la gente. Desde el suelo miro a unos y a otros. Todos parecen más grandes desde abajo. Imponentes desconocidos, con unas vidas que nunca conoceré. Me hace sentirme pequeño. Hay mucha gente a la que no conozco y jamás conoceré. Méndez Álvaro. Chillido del tren. El vagón frena y un aluvión de gente entra tras las puertas. Unas personas se aprisionan contra otras. Hay poco espacio, empieza a inspirar claustrofobia. Las personas están a pocos centímetros de distancia unos de otros, y tal vez nunca vayan a estar tan lejos de alguien como están ahora. Miro inquisitivamente a la gente del vagón. Un chico escuchando música, una chica con unos apuntes, dos amigas parloteando alegremente, un hombre trajeado profiriendo un sonoro bostezo... Pacífico. Mucha gente entra y sale. Movimiento. Agobio. Estrés. Cierro los ojos y apoyo la cabeza contra la pared. Respiro. Una vez. Dos. Tres. Me relajo. El tren se pone en marcha y abro los ojos. El chico que escucha música sigue ahí, y la chica que estudiaba empieza a guardar sus hojas, pero el hombre trajeado no está. En su lugar hay una mujer mayor, con mirada derrotada. Conde Casal. El vagón sigue lleno, y empiezo a notarme ligeramente mareado. No lo aguanto. No lo soporto. Miro al rededor para ver si me olvido del mareo que se cierne sobre mí. Intento seguir leyendo, pero parece imposible. Sáinz de Baranda. El tren sigue adelante. Ya falta poco, me digo a mí mismo. Ya no veo más allá de dos palmos de mi nariz. La gente me rodea, y puedo ver poco más que el bolso de una mujer, el cuidado maletín de un caballero mirando su teléfono y las descuidadas mochilas que dos chicas han colocado en el suelo, a mi lado. O'Donell. Cierta melancolía me acecha. Todos los días, uno tras otro, hago este viaje solo. ¿Merece la pena? En el agobio de estas estaciones, a veces la respuesta parece ser no. Manuel Becerra. Ya queda menos, me digo. Miro con desesperación y cuento el número de palabras. Una, dos, tres. Sólo tres, pero parecen mil. Ya no están ninguno de los que empezó el viaje en Plaza Elíptica. Nadie llega tan lejos como yo desde ahí. Diego de León. Dos, sólo son dos, y en la siguiente se vacía el vagón. Dios, cómo lo ansío. No hay nada peor que esta soledad. Estar en un cubículo con doscientas personas, y al mismo tiempo estar solo. Avenida de América. Parecía que no llegaba. El vagón prácticamente se vacía. Veo entrar algunos chavales con mochila. De mi instituto, supongo. Ellos hacen una parada. Yo trece. Me vuelvo a preguntar. ¿Merece la pena? No lo sé, después de semejante viaje, sólo deseo llegar. República Argentina. Por fin. Me levanto y aprieto con desesperación el botón para que se abra la puerta. Salgo y subo las escaleras de dos en dos, paso los tornos. Otra vez escaleras. Paso las puertas. Otra vez escaleras. 

Aire libre, por fin. Al llegar al último escalón, me paro y respiro hondo. Al final de la calle está mi instituto. ¿Merece la pena este viaje? Medito y pienso. Sí, sí merece la pena. Es penoso, tortuoso, solitario, agobiante y larguísimo, pero merece la pena.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Nuevo comienzo.

Miro adelante y no sé qué veo exactamente. No veo nada, en realidad. No hay planes, no hay expectativas. Sólo existe el presente y el pasado que construye mi futuro. Estoy parado. Ahora que lo único que me quedaba para terminar con la anterior etapa de mi vida, he podido arrancarlo y tirarlo al suelo, no sé cómo avanzar.

No tengo miedo, sólo incertidumbre. ¿Ahora qué? ¿mirar adelante y nada más? ¿hasta divisar algo a lo que agarrarme? No. No cometeré ese error. Por una vez, no miraré hacia adelante para ver cómo pueden ser las cosas dentro de unos meses. Miro a los lados para ver a la gente que sé que me acompañará, y que estará ahí siempre. Esa gente que lleva acompañándome desde hace mucho, y otros que aún conociéndome desde hace poco tiempo, han hecho una gran huella en mi corazón.

Ellos son aquellas personas que no me defraudarán, porque habiendo podido hacerlo, no lo han hecho todavía. Porque ellos son mi vida y mi soporte. Porque unos me sujetan cuando otros flaquean. Porque les quiero, y confío en que lo sepan.

De estos dos años siguientes no sé nada. Sólo sé que la Lengua será mi herramienta, las lenguas muertas mis camaradas, la Historia mi aliada, la Filosofía mi maestra y la Literatura mi pasión. No pido más, porque eso es suficiente. Es lo que llevo deseando quince largos años. Cumplir mi sueño académico: ser de Humanidades.

Ahora, ante la puerta de este nuevo Universo, todo lo acontecido anteriormente parece mucho más lejano... mucho menos dañino, mucho más soportable.

Sigo sin tener miedo, porque voy a cumplir mi sueño, y vosotros, mis amigos, me vais a acompañar.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Plantar cara.

Hay veces en la vida en las que tienes que ser fuerte, ponerte en pie y dar un puñetazo en la mesa. Plantar cara a la persona que te hace la vida imposible, y hacerle que se de cuenta de que no eres débil, que eres más fuerte que él y que estás dispuesto a pelear para pasarle por encima.

Son esas veces, en las que te sientes más débil, en las que te cuesta más levantarte. En las que es más duro el paso que hay que dar para dar el golpe. Pero no he de amilanarme. No he de acobardarme y encogerme en un rincón para esperar a que pase la tempestad. Hay que plantar cara. Tengo que mostrarme firme para que veas cuál es la realidad.

He de mostrarte, que aunque tú parezcas el fuerte de los dos, no es así. Yo parezco más débil porque yo siento. Me enamoro, sufro, lloro... mucho más de lo que tú puedas llegar a imaginar... pero eso no me hace débil. Todo lo contrario: me hace fuerte. Y por eso soy mucho más fuerte que tú, por eso soy mucho más valiente. Porque después de meses de sufrimiento y de encogerme en mí mismo, tengo el valor de plantarme delante de ti y preguntarte "¿Por qué?". Aunque la respuesta ya la sé. Miedo. Siempre es esa la respuesta. Tuviste miedo y no arriesgaste, no pensaste lo que era mejor para los dos, si no lo que era más cómodo para ti.

Yo he llorado. He llorado mucho... pero cada lágrima derramada me ha hecho más fuerte, más valiente, más inteligente y, sobre todo, más maduro. Puede que tú siempre tengas tres años más que yo... pero yo siempre habré llorado y habré sufrido más que tú, lo que significa que he aprendido más que tú.

Porque yo he luchado, y he sufrido por conseguir lo que quiero. He atravesado dificultades, he pasado por mundos de horror y por verdaderos infiernos, aprendiendo de mis errores y de los tuyos, mientras tú te escondías, huías, como un auténtico cobarde. Porque eso es lo que eres. Un cobarde. Un cobarde que no supo estar a la altura.

Ahora, con todo esto a mis espaldas, con todas mis lágrimas, todos mis sentimientos y todas mis fuerzas, soy capaz de levantarme, dar un puñetazo en la mesa y preguntarte: "¿Por qué?"

viernes, 13 de agosto de 2010

Lo que más odio de ti.

Siempre, siempre estás ahí. Por favor, vete ya, déjame en paz. Quiero vivir. Vivir agusto, en un mundo donde tú y todo lo relacionado no aparezcáis... un mundo donde pueda vivir sin tener que preocuparme de cómo son las cosas, de qué pensarás o qué harás. Un mundo tranquilo.

Me gustaría poder pensar que las cosas pueden ir bien. Que podemos estar en una misma habitación sin que vaya intentar hacerte daño... pero no. Eso sería mentirme a mí mismo. Las cosas no pueden salir bien contigo. Sin la tentación de volver a hablarte alguna vez, porque sé, porque sabemos que volverás a hacer las cosas mal si así es; así que vete, por favor, te lo suplico. Vete y no vuelvas... no me hagas pensar que eres un mero recuerdo para que cuando aparezcas todo mi trabajo por seguir adelante sea derruido por ti.

Te odio, lo sabes. Te odio con todas mis fuerzas, porque te tengo miedo. Un miedo atroz. Por ti he sufrido más que nadie, por ti he pasado por lo peor. Por ti no quiero volver a verte, porque si nos volvemos a ver, no sé si seré lo suficientemente fuerte como para ignorarte. No sé si seré lo suficientemente fuerte como para no intentar hacerte daño. No sé si seré lo suficientemente fuerte como para no volver a caer en lo mismo.

Te detesto. Por ti he estado en lo peor, por ti he hecho lo peor, por ti he sido lo peor, y tú... nada. Vete, déjame en paz antes de destruirme completamente, déjame vivir para poder disfrutar como no me dejaste. Porque es horrible pensar que después de todo el esfuerzo que he hecho por olvidarte lo puedes revertir apareciendo en unas cuantas fotos con una sonrisa.

Porque por eso te odio, porque he pasado por lo indecible por tu culpa, he llorado, he gritado, me he rendido y... a pesar de todo, no soy capaz de olvidarte y decir... "Ya no te quiero". Porque seas o no la misma persona que yo conocí, te sigo queriendo y, a ratos, sufro por ser tan débil. Porque a pesar de todo lo que me has hecho, te quiero. Eso es lo que más odio de ti. No te conformaste con hacerme daño, ahora también tengo que seguir queriéndote.

Sobrevolando el Atlántico

Después de tres horas de viaje, ese asiento que al principio del viaje tan cómodo se antojaba, me resulta incómodo. Me revuelvo intentando encontrar una posición más cómoda, y miro a mi derecha. Veo a mi amigo, plácidamente dormido. Sonrío. Por mucho que este sentimiento de claustrofobia se extienda dentro de mí, y por mucho que se me entumezcan las piernas por la falta de movimiento, esto es el principio de algo grande. Algo muy grande. Veinte días, para él y para mí. Para nadie más. Es tiempo de ser egoístas, tiempo de disfrutar por nosotros y para nosotros.

Recuerdo mi país, posiblemente ya a unos tres mil kilómetros de aquí. Recuerdo toda la gente que desde allí piensa en nosotros dos, y quiere saber de nosotros y nuestra pequeña gran aventura. Sonrío otra vez. Aunque quiera disfrutar y que sean veinte días sin problemas, veinte días para dejar de pensar… no puedo evitar echar de menos a esas personas que, físicamente o no, están conmigo.

Me vuelvo a revolver en mi asiento, nuevamente incómodo. Imagino lo que me espera después de la inmensidad del océano. Nueva York, Washington, Orlando, Filadelfia. Asfalto, humo, enormes edificios. Edificios que cuentan historias, todas las historias de la gente los ha admirado, dejando dentro de las imponentes masas de cemento, un pedacito de ellos.

“Les dejaré allí” Pienso. “Aunque no vean el Empire State Building nunca en su vida… una parte de ellos estará allí para siempre. Esa parte de ellos que viaja conmigo, ahora y cada día de mi vida”

Relajado, me recuesto sobre el respaldo, cierro los párpados y suspiro. Acunado por mis amigos me dejo llevar en volandas por los brazos de Morfeo. Sueño. Oscuridad. Todo ello, sobrevolando el Atlántico.

jueves, 29 de julio de 2010

Te quiero.

Hora tras hora, día tras día, busco a alguien con quien hablarlo. Se hace duro permanecer callado ante esto, y es que te quiero. Sé que tú no lo puedes saber, y aún así, no puedo dejar de gritar que te quiero. A los cuatro vientos y frente al mar, en cualquier sitio lo diría... en cualquier sitio menos delante de ti.

Tú no te enteras, tú no quieres enterarte, tú no quieres saberlo, pero ojalá algo sospecharas... y es que no puedo dejar de pensar en ti, no puedo evitar ese brinco en mi corazón cada vez que te veo, y tú sigues ahí, sin respuesta aparente, con la mente en otros horizontes, horizontes lejos de mí.

Sin embargo, me da igual, sólo quiero que seas feliz, a cualquier precio. Tu sonrisa me da la vida, aunque tú no lo sepas, así que no me queda más remedio que animarte a que te alejes de mí, para que vivas feliz, lejos de mí, pero feliz; porque tu felicidad es el viento que mueve los molinos de mi corazón.

Sé que no vas a saber que eres tú, pero lee esto. Lee esto y que sepas que a alguien le estoy diciendo que le quiero, y ese alguien eres tú. En serio, aunque esta carta sin destinatario se pierda en el olvido, quiero que lo sepas, y algún día lo sabrás. Te quiero.

domingo, 25 de julio de 2010

Una dibujante enamorada.

No puedo perdonarte. Lo siento, pero no puedo. Lo que me hiciste fue… es… horrible. Te dije lo que sentía, lo mucho que te quería… lo mucho que te quiero… y tú, parado, quieto, no hiciste nada, no dijiste nada, tan sólo callaste.

Y yo soy idiota, muy idiota, porque no puedo perdonarte, pero tampoco puedo olvidarte. No puedo dejar de quererte cada día más, porque tú eres mi punto débil. Por ti me levanto cada mañana, por ti voy al colegio, por ti sigo viviendo. Porque te quiero y no lo puedo evitar. Porque aunque me hiciste mucho, muchísimo daño, no puedo evitar que se me acelere el corazón cada vez que ríes, cada vez que me miras y veo en tus ojos ese atisbo de… ¿dolor? Quizá lástima.

Y ahora voy aquí, en un autobús, sin compañía de nadie. Con mi cuadernillo abierto, garabateando sinsentidos, sinsentidos que siempre acaban de la misma forma: tú. Sin querer empiezo a perfilar tu nariz, tus ojos verdes, tu casual sonrisa, tu pelo, tus hombros… tú.

Sigo avanzando, mirando al exterior de vez en cuando, esperando verte en cualquier rincón, riéndote con tus amigos, para poder sonreír como solo tú consigues que lo haga.

Paso página tras página en mi cuadernillo de dibujo, donde sales tú, sólo tú, porque sólo por ti dibujo, al igual que sólo por ti vivo. Dibujo tras dibujo, trazo tras trazo, solo eres tú. Tú riendo, tú disfrutando, tú mirando al infinito y, por último, tú y yo. Mi fantasía, mi final feliz que nunca se cumplirá. Tú y yo.

Porque por eso te odio, porque te quiero. Porque no te puedo perdonar por hacerme quererte tanto y que no seas capaz de devolverme el cariño.

Entonces, me bajo del autobús. No es mi parada, lo sé, pero creo que debo hacer algo. Con el cuadernillo debajo del brazo, sigo andando. Miro a un lado y a otro, sin saber exactamente qué busco en la oscuridad. Avanzo. Entro por el portal, casualmente abierto. Subo piso tras piso, y me planto delante de tu puerta y lo oigo. Una monótona y repetitiva melodía en el piano… quizá acompañada de algún que otro suspiro. Sonrío y me preparo para hacer una locura, para hacer La Locura.

Llamo a tu puerta y ésta se abre. Entonces mi voz, entre llorosa y emocionada dice: “¿Se puede?”

Un escritor enamorado

No soy más que un pobre escritor enamorado. Desde un destartalado ático en Barcelona, tecleando en mi vieja máquina de escribir, sólo siento ganas de abrir la ventana, y a los cuatro vientos gritar “Te quiero”.

Pero algo me lo impide. ¿Qué será? ¿La sociedad? ¿Mis amigos? ¿El sentido común? No lo sé. Ya no sé nada. Me cuesta saber qué es qué, porque tú me faltas. Porque tú no estás ahí, para abrazarme y quererme, y me tengo que aferrar a mis sueños imposibles, en los que tú, sin saberlo, eres mi musa.

Sigo tecleando en la máquina, sin parar, intentando encontrar una respuesta, un final feliz. Un final imposible. Si las cosas fuesen como en una de mis historias… si pudiese decirte “Te quiero”, pero borrar la escena si no me gusta el desenlace… si las cosas fuesen tan fáciles… probablemente esto que hacemos no sería vivir.

Sigo aplastando una tecla detrás de otra. Letra tras letra, palabra tras palabra, frase tras frase, espero a que se hagan realidad… pero ninguna lo hará. Porque sigo esperando las fuerzas que necesito para aparecer en tu puerta y decirte que te quiero, para que no me importe lo que digan los demás; tan solo ver tu sonrisa. Para siempre.

Pero supongo que es imposible. No es realista pensar que tú y yo… cuanto más lo pienso más ridícula me parece la idea… pero… ¿de sueños vive el Hombre? No. De sueños no vive. Por sueños muere, por sueños desespera… el Hombre vive de actos, vive de palabras.

Me decido. Cojo mi abrigo y salgo a la calle, y me preparo para decir muchas cosas que sé que en realidad no podré decir.

Ahora, delante de tu puerta, las cosas parecen más complicadas. La mano que llamará a tu puerta me pesa más que nunca, y aún así, consigo seguir adelante. Entonces tú, increíble -como siempre- abres la puerta, y yo, tras un pequeño balbuceo, consigo decir:

- Quería gritar esto desde mi ventana, pero no sabía si el viento sería capaz de traerte mis palabras. Tan sólo quería decirte que… te quiero.

domingo, 18 de julio de 2010

Un pianista enamorado.

¿Por qué he de aparentar lo que no soy? ¿Por qué mentir sobre lo que pienso y lo que amo? ¿Por miedo a lo que digan los demás? Daría lo que fuera, cualquier cosa, por ser como tú. Por haberme atrevido a decir las cosas claras, a decir que me querías. En ese momento yo me porté fatal. No te hablé, apenas te miré, miles de pensamientos cruzaron mi cabeza menos el de abrazarte, fuerte, para que supieses que yo sentía lo mismo que tú.

En vez de eso, lo único que hice fue quedarme quieto, parado, viendo como todos los demás soltaban risitas y tú pasabas a ser el hazmerreír del colegio, la persona que se enamoró de la persona equivocada. Nadie te lo reconoce… nadie te reconoce el valor que tuviste para decir “Te quiero” en medio de los pasillos. Yo día a día intento que veas en mí el arrepentimiento que me recorre, el pesar que me invade, el horror de pensar que lo que yo sentí desde aquel verano, no se va a ver satisfecho nunca.

Y ahora, sentado sobre la banqueta del piano, reclinado sobre las teclas, tocando una monótona y repetitiva melodía, me encuentro solo. Solo, deshecho y enamorado. Yo también quisiera tener el valor para decir “Te quiero”, pero sabes que no puedo. Demasiadas preguntas, demasiadas explicaciones. Ya ni siquiera te pido que estemos juntos, que nos queramos. Sólo pido que vengas y te sientes a mi lado, y me dejes tocar para ti. Que te apoyes en mi hombro y escuches mi respiración, acelerada al sentir tu contacto. Que suspires y mires con atención mis manos, que acarician el piano para ti. Sólo para ti.

Me gustaría que ahora sonara el timbre, abriese la puerta y fueses tú diciendo: “¿Se puede?”. Para entonces abrazarte y besarte, como sólo tú te mereces; para tocar para ti durante toda una noche si es necesario, por que tú te lo mereces todo. Todo y más.

Entonces, suena el timbre, y al abrir oigo una tímida voz que, entre llorosa y emocionada dice: “¿Se puede?”.

viernes, 16 de julio de 2010

Cenizas de una hoguera; olor a campamento.

Campamento es el peso de la mochila sobre los hombros; el respirar el polvo levantado por tus pies; el dormir incómodo por las ramas que hay debajo de la tienda y levantarte a las ocho de la mañana para cantar en el acto de banderas. Campamento es estar con un grupo de personas que te levantan cuando te caes por el peso de tu mochila; llenar los pulmones de aire puro y con olor a pino; fingir que duermes cuando los monitores pasan delante de tu tienda y volver a hablar con tus amigos cuando se han ido; y arrastrarte legañoso para cantar la parodia que has hecho con tus amigos del himno del campamento.

Campamento no es dificultad, es reto. Campamento no es incomodidad, es naturalidad. Campamento no es aburrimiento, es una risa continuada.

Sabes que estás en un campamento cuando en las comidas te da igual la calidad del alimento, porque lo que importa es la calidad de la conversación; cuando en una marcha lo importante no es el dolor punzante de tus ampollas, sino lo alto que cantes para animar tu alma; cuando en las duchas no importa lo fría que esté el agua, sino el ritmo con el que bailes las canciones que ponen los monitores.

Por último, no quieres irte del campamento cuando comprendes que no vas a estar mejor con tus compañeros en ningún otro sitio; cuando un niño pequeño se te acerca a pedirte ayuda; cuando un monitor te despierta tirándose encima tuya y tú tienes confianza para forcejear con él; cuando comprendes que te da igual el estar sucio a los diez minutos de haberte duchado, porque cambiarías todo lo que tienes en tu casa por llevar orgulloso tu pañoleta.

martes, 29 de junio de 2010

Sabor a novedad

Hoy es un día de esos en que todo es nuevo y simplemente quieres más. Quieres vivir una primera vez, quieres averiguar, quieres ver, quieres oír, quieres leer, cosas nuevas.

Sabes que es una de las últimas veces en las que podrás hacer esto, sabes que queda poco para el final, y aún así, quieres seguir adelante. Ya te harás preguntas cuando todo haya acabado, ya te preguntarás: "Y ahora, ¿qué?". Hoy no es día para estas preguntas, hoy es día de sentir, de volver diez años atrás en el tiempo, de sentir que nada más importa. Hoy es día para compartir con tus amigos, es un día que recordarás siempre, como tantos otros días que has dejado atrás, con la diferencia de que hoy es uno de los últimos días.

Sientes la melancolía, las ganas de volver al pasado, de tener diez años menos para volver a vivir todo lo que has vivido estos últimos años, porque sientes que has desaprovechado tantísimos días como este.

Harry Potter se acaba, es cierto. No queda mucho. Dos películas y después de eso, nada será nuevo. Todo se acaba en esta vida, y es cierto... hasta cierto punto. En el fondo de nuestros corazones, a todos los fans que hemos sentido esto último que acabo de escribir, nos quedarán esos lazos, ese afecto, ese recuerdo con esta gran saga. Hoy sentimos en nuestro paladar del alma el sabor de la novedad, pero mañana ya no. Que no nos importe, porque siempre nos quedará el recuerdo, siempre nos quedará esa sensación de que la Saga Harry Potter es nuestra casa; siempre nos quedará ese personaje que somos nosotros.

Como he dicho, no queda mucho para el final, así que degustemos ese último trozo de novedad que nos queda, debemos saborearlo para que quede guardado en nuestras memorias como los últimos momentos del movimiento Harry Potter que nos quedan... Simplemente, hay que disfrutarlo como si fuera el último, porque de hecho, lo es.

domingo, 27 de junio de 2010

Carta a mí mismo.

A veces, las cosas ya han avanzado demasiado como para empezar a solucionarlo ahora. Las cosas empezaron a cambiar hace mucho tiempo, y tú lo sabías, pero seguías a tus historias y a tus problemas. ¿Qué tienes ahora? Ahora, estás fuera de lugar. No eres más que un simple sustituto, un "porsiaca". Sigues ahí, pues porque te tienen cariño, no porque seas necesario nunca más. Ese cariño es a lo único a lo que puedes aspirar a partir de ahora, porque has dejado que las cosas vayan muy lejos. Demasiado lejos. 

Tampoco se puede hacer nada, es decisión de las personas, y no tuya. Te duela o no, las cosas ya no funcionan como antes, y en este nuevo mecanismo, no eres necesario. Has pasado a un segundo plano, y desde este plano, no puedes hacer nada para evitarlo. Quizá deberías resignarte a la nueva situación. Las cosas cambian, ya irá todo diferente. Quizá también deberías luchar por "lo que es tuyo". Pero, ¿qué es tuyo? ¿Acaso es tuyo aquello que te han quitado de forma legítima? Por muy tuyo que fuera, ya no lo es. 

Resígnate. Sé un amigo de segunda. Tampoco es tan duro. Sabes que, por cómo eres, tú te vas a seguir comportando como hasta ahora. Tienes la enfermiza costumbre de tratar a la gente con mucho cariño y cercanía, con la esperanza de recibir el mismo trato. Sin embargo, las cosas no funcionan así, y lo sabes. La gente te tratará como crea conveniente y como lo sienta, no por cómo les trates tú.  

Sinceramente espero que las cosas te vayan mejor y el verano cambie la situación, porque el verano para estas cosas es maravilloso. Sin embargo, no tengas mucha esperanza. Cuando algo así se establece, no lo puedes evitar, y es difícil de cambiar... Sólo te queda estar ahí, como siempre has hecho, y ayudar en todo momento. Puede que así, aunque estés fuera de lugar, vuelvas a escalar puestos. 

viernes, 25 de junio de 2010

Poesía de soledad.

Simetría buscada,
simetría codiciada,
simetría no encontrada.

Bella utopía,
real desasosiego,
angustia de colores,
malestar pleno.

La falta de justicia,
la falta de atención,
la falta de tacto,
las sobras de amor.

Yo doy, no recibo.
Yo vendo, no compro.
Yo digo de nada,
pero quisiera poder
decir gracias.


martes, 1 de junio de 2010

¿Por qué lo llamamos pasado?

Esta pregunta da mucho que reflexionar. ¿Por qué al pasado se le llama pasado si aún está presente? ¿Acaso la importancia de un hecho se remite únicamente a su momento cronológico? ¿Por qué si ayer fue el primer día de tu futuro, forma parte del pasado?

En el plano objetivo y sensible, está muy claro. La palabra pasado, simplemente se refiere a hechos anteriores al hoy, sin importar su importancia o su influencia en el futuro. Por ello, la palabra pasado, past, passé o Verngangenheit, significan absolutamente lo mismo, aunque sean en diferentes idiomas, porque en el plano objetivo, pasado siempre será todo aquello que es anterior al hoy.

Ahondemos en el significado subjetivo de la palabra, a partir de esa sencilla definición. Si el pasado, como dice la famosa frase popular, pasado está, no se puede cambiar. Cierto es, que el pasado se puede enmendar, se puede apañar, se puede ocultar, pero no se puede cambiar como tal. El pasado, en su parte subjetiva, forma a pasar a aquella parte de nosotros que no podemos cambiar y que, nos guste o no, condiciona nuestro presente. Ya lo dijo Freud, y es que nuestro presente es el reflejo de nuestro pasado.

Ya hemos llegado a una sencilla conclusión, y es que el pasado es parte del presente, y sin embargo se le sigue llamando pasado, pero la verdad es que el pasado no nos ha abandonado. Sigue estando presente.

De hecho, el pasado es probablemente, junto con el futuro, una de las cosas que más miedo inspira al ser humano. El pasado lo conocemos, lo conocemos muy bien, y sin embargo le tenemos miedo. ¿Por qué? Simple respuesta. Si la incertidumbre de qué nos va a ocurrir en el futuro nos atemoriza, la total seguridad cómo llegamos a sufrir en determinados momentos, hace que un escalofrío se extienda por nuestra espalda. Y es un hecho. Nos duele ver cómo hemos sufrido, porque habiendo pasado los malos momentos, vemos las soluciones mucho más claras, y también aparece una gran frustración dentro de nosotros, por no haber podido verlo antes.

El pasado, distorsionado, constituye un presente diferente al que se viviría en uno con el pasado nítido y claro. Quién sabe si éste sería un presente mejor o peor. Probablemente si el pasado deformado fue una mala época, nunca viene mal maquillar los peores momentos, porque te pueden afectar demasiado en el presente; no obstante, no conviene taparlo completamente, porque eso nos hace débiles a volver a tropezar con la misma piedra, una y otra y otra y otra y otra vez más.

Sigamos ahondando pero por otros caminos, respondiendo a una de las preguntas de la introducción. ¿Por qué si ayer fue el primer día de nuestro futuro, forma parte del pasado? Esto da que pensar. Hoy mismo, he sido admitido en un instituto para estudiar Bachillerato, eligiendo definitivamente a lo que me quiero dedicar más adelante. La decisión de presentarme a esta formación, es parte de los acontecimientos sucedidos con anterioridad al presente, y, sin embargo, tiene mucho más de futuro que lo que voy a cenar dentro de veinte minutos.
Por tanto, vemos aquí un caso en el que la "pertenencia al futuro" de una situación, no depende de si ha ocurrido o está por ocurrir, si no que depende de la trascendencia en lo que tiene y en lo que tendrá lugar.

¿Llegamos a una conclusión clara? Como pasa muchas veces, no. Llegamos a una serie de ideas esclarecedoras, incluso quizá a una pequeña indicación, pero no a una conclusión.

¿Por qué al pasado se le llama pasado si tiene de futuro y de presente más que los propios futuro y presente? No lo sé. Lo que sí sé, es que el pasado es, por estas razones, importante. Es digno de estudio, y de reflexión, porque lo que tú eres está reflejado en los años que preceden a tu edad actual, y lo que tú serás está apoyado en decisiones pasadas, que aunque pertenecen al pasado objetivamente, de forma subjetiva, no.

miércoles, 21 de abril de 2010

¿Por qué nos refugiamos en cosas virtuales?

Es curioso cómo los pequeños gestos, las pequeñas acciones, son aquellas que más sensación de seguridad nos dan. Cuando hablamos en público, nos apresuramos a cruzar las piernas, a poner los brazos cruzados sobre el pecho, o a meternos las manos en los bolsillos. Estas posiciones, estos gestos, si bien inconscientes, e irracionales, son los que más nos protegen del ridículo, los que nos cuidan frente a las grandes audiencias.

Completamente irracionales e incomprensibles, estos gestos. Fijaros en que frente a un ataque real estas posturas no sirven de nada, y por tanto son defensas virtuales y la seguridad que conseguimos es por tanto, virtual. Completamente irracional, y sin embargo, comprensible, es otra defensa virtual que tomamos: el grupo.

Hablemos del grupo, no como conjunto de personas, si no como ente. ¿Es bueno? ¿Es positivo que haya un ente conformado por varias conciencias que interaccionen entre sí, formando una unidad? Bueno, como todo en esta vida... depende, ¿de qué depende?, de según como se mire, todo depende. Depende en concreto dos aspectos fundamentales: la actitud de los componentes hacia el grupo, y la actitud de los componentes fuera del grupo.

A mi modo de ver, la actitud de los componentes de un grupo nunca debe ser exclusiva hacia los demás. Si hay un grupo, hay gente que tiene derecho a pertenecer a él, y si hay gente que no pertenece al grupo en concreto, que sea por razones de peso. Pero lo más importante, es que si un miembro del grupo quiere mantener una relación, ya sea de amistad o de otra índole, que no se vea impedido por el resto de los miembros. Cada persona, dentro y fuera del grupo, es libre de hacer lo que quiera con el único impedimento de no hacer daño a los demás.

Si un grupo se basa en una serie de complicidades y confianzas que se extienden cual red dentro del mismo, no hay nada de malo en la existencia de este pequeño ente poliantrópico. El grupo sólo es malo si se comporta como un ente elitista y exclusivista, y si los miembros de este grupo tienen restricciones acerca de con quién deben ir y cómo debe comportarse.

Por otro lado, también es importante el comportamiento de los miembros fuera del grupo. La palabra de uno jamás se debe traducir en la palabra del grupo. Cada uno tiene su opinión, y raras veces va a coincidir con la de otro. Por tanto, aunque en un grupo siempre puede haber opiniones, ha de haber matices que diferencien a uno del otro. Fuera del grupo también se puede ver en el comportamiento de un miembro, un sentimiento elitista que se ve respaldado por pertenecer a cierto grupo. Si bien es cierto que verte acogido por un grupo está bien, no creo que sea lo correcto portar como estandarte que nos brinda protección, la pertenencia a un grupo.

En definitiva, aunque este grupo esté formado por buenos amigos, incluso entre los buenos amigos hay que diferenciarse. El individualismo es importante. Sin él, como ya he mencionado anteriormente, caemos en las teorías absolutistas. Debemos usarlo también con medida, pero el individualismo tiene una ventaja en la sociedad. Un individualista no hace bien a nadie, pero el único mal que se hace es a sí mismo. Un grupo fuerte y elitista, puede hacer daño a mucha gente.

Un artista dijo una vez que el arte es la mayor forma de individualismo que existe. Igual que no todos podemos pintar el mismo cuadro, ciertos cuadros se parecerán entre sí y se colgarán en la misma habitación, pero siempre diferenciaremos a Picasso de cualquier otro cubista. Igual deben ser los grupos. Aunque tendamos a juntarnos, jamás hemos de caer en la homogeneidad. La personalidad es algo que debería ser inherente a la persona. No lo abandonemos.

Como dice Aristóteles, "la virtud está en el término medio", y tal cosa debemos hacer. Formemos grupos, pero no tengamos miedo a formar parte en más de uno, y mucho menos tengamos miedo a estar fuera de otros.

Esta entrada se la dedico a mi querida amiga María. Ella pertenece a un grupo muy unido, pero estoy seguro de que sabe que no es un exclusivista, y desde luego ella no se comporta como tal. En ese aspecto cumple a la perfección con la ética eudemonista... felicidades por ello, María... ¡Ah! y por tus recientes 24 años...

martes, 13 de abril de 2010

¿Por qué los más brillantes son los más rechazados?


Tras esta pregunta se esconde la sencilla respuesta que nos han dado nuestros padres a todos aquellos que hemos tenido problemas con nuestros compañeros del colegio: La envidia. He de decir que esta respuesta, a parte de para nada reconfortante, no acaba de convencerme del todo, dado que más que envidia yo lo llamaría: Rechazo natural frente al diferente. ¿Por qué digo rechazo natural al diferente y no hacia el que es mejor, o hacia el más inteligente? Porque, realmente, yo considero que el rechazo de los que nuestros padres bautizan de "envidiosos", tienen simplemente el miedo humano por excelencia: el miedo a lo desconocido.

Si bien es cierto, que generalmente la gente brillante destaca, a parte de por su intelecto, por sus excentricidades, que, ante la gente que como yo, ama todo lo que destaca sobre la masa, es el principal motivo de admiración hacia estas personas. La gente brillante, no solo destacan en rendimiento académico, si no que también destacan en la faceta que una persona de su talla y perfil debe ejercitar con más fruición: las ganas de ser uno mismo. Sin esta faceta, debéis daros cuenta de que los brillantes querrían pertenecer a la masa, y en la masa quedarían ocultos y no destacarían, lo que les haría dejar de ser brillantes. Esto, a gran escala, daría lugar a una sociedad, no sólo completamente monótona y superficial, si no también tangente al fascismo, comunismo, y demás regímenes que defienden la homogeneidad absoluta en la sociedad. Terrible, ¿no?
Por tanto, amigos, acabamos de ver lo mucho que necesitamos de la gente a la que más se martiriza. Desde ese pequeño estudiante con una media que dobla a la de su clase, hasta ese trabajador estrella de la oficina. Ambos casos, y todos los que se comprenden entre ellos, reciben, generalmente, el maltrato de la sociedad, ya sea con palabras o con las manos. De todas maneras, el aislamiento, mientras no sea voluntario, duele.
No debemos olvidar, sin embargo, que todos a nuestra manera, somos brillantes. Para ser un buen estudiante o un buen trabajador, no hay por qué ser brillantemente inteligente, con ser brillantemente constante vale. Por tanto, jugando con el lenguaje, todos somos brillantes, porque podemos ser brillantemente ingeniosos, graciosos, generosos, comprensivos, humildes...

Aquí va una pregunta interesante: ¿Por qué entonces, si todos somos brillantes a nuestra manera, por qué solo los brillantemente constantes y los brillantemente inteligentes, son los mártires vivientes de la actualidad? A esto le podemos dar dos respuestas, una más simple y aceptada que la otra, que es de cosecha propia.

Esta primera razón es que el ser inteligente, o el ser constante, no es guay, no está de moda. Es fácil de entender. La sociedad se basa en un péndulo, que se puede ver a mayores o menores escalas. En unas generaciones, la intelectualidad y la cultura han estado un un nivel muy valorado, y en otras, no. En algunas edades, se admira al inteligente, en otras, a los que tienen más amistades. Si juntamos el "factor edad" con la el factor de estar en una sociedad en la que una de las personas más buscadas en Google es Paris Hilton, se genera este rechazo.

La razón de cosecha propia es que todos los tipos de "brillantez" constituyen una excentricidad, y la excentricidad es bastante rechazada en la actualidad, lo que pasa, es que las "brillanteces" que tienen que ver con las apariencias y las relaciones sociales, parecen camuflarse mejor en la normalidad de la sociedad, con lo cual parecen menos excéntricas, por tanto menos rechazadas, y por tanto, no sufren el acoso y el maltrato.

No voy a negar que esta entrada se la quiero dedicar la persona más absolutamente brillante que conozco, en sentidos de inteligencia, constancia, exigencia con sigo misma, y de calidad humana: Marta Alonso. Supongo que ella habrá vivido mucho de lo que he contado aquí, y, espero, se vea identificada y esté de acuerdo, con algunas de mis afirmaciones. Pues no hemos de olvidar, que yo veo todo desde un punto de vista subjetivo. A la única persona a la que impongo mi verdad es a mí mismo.

Para terminar esta entrada, quisiera citar a un poeta incomprendido, el autor favorito de Marta, si no me equivoco. Federico García Lorca, homosexual y republicano, con este pensamiento se encontraba a las puertas de un régimen fascista, estandarte de intolerancia. Como veis, es un ejemplo de rechazo, aunque no fuese por su intelecto, del cual le sobraba. En esa cita, escondido bajo el tupido velo del surrealismo, nos da un mensaje acerca del rechazo, y por ello, quería terminar esta entrada con este poema:






El poeta pide a su amor que le escriba.
Amor de mis entrañas, viva muerte
En vano espero tu palabra escrita
Y pienso, con la flor que se marchita,
Que si vivo sin mi quiero perderte.
El aire es inmortal. La piedra inerte.
Ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
La miel helada que la luna vierte.
Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas
Tigre y paloma sobre tu cintura
En duelo de mordiscos y azucenas.
Llena pues de palabras mi locura,
O déjame vivir en mi serena
Noche del alma para siempre oscura.

domingo, 11 de abril de 2010

¿Por qué negamos lo obvio?

Seamos francos. Las cosas nunca permanecen tal y como están, por mucho que en su auge nos empeñemos en pensar que esto puede durar siempre, dado que si permaneciesen así ese auge en realidad no existiría. No existiría el punto más alto de la trayectoria. Existiría un punto a partir del cual todos los puntos siguientes son iguales, y, a la larga, tanta monotonía nos aburriría de tal modo, que la situación caería por su propio peso.
En ciertos casos, sin embargo, nos enfrentamos a recorridos cíclicos (cíclicos pero no redondos, las cosas acostumbran a ser tan irregulares que no podemos asignarle un patrón concreto más allá de "subidas y bajadas") en los cuales se repite el auge cada cierto tiempo.
A estas alturas supongo que os habréis dado cuenta de que estoy hablando de una situación humana muy concreta que es la amistad. He oído más de una vez que los amigos son la familia que nosotros mismos escogemos, sin embargo debo mostrar un cierto desacuerdo con esta hermosa y esperanzadora afirmación. Mi desacuerdo con esto se basa en que los amigos son algo muchísimo más dinámico que la familia. Los amigos que hay a lo largo de una vida son incontables, y todos ellos resultan especiales en su particular e irrepetible forma.
Como he dicho al principio, las cosas nunca duran para siempre, y en la vida, las subidas y bajadas se realizan de forma cíclica pero terriblemente irregular. Sin embargo, se me ocurre ahora una norma de física que podemos aplicar a esto: Newton, el famoso físico, propuso una serie de normas para los péndulos, que nadie el supo negar. Sin embargo, se sabe que hay péndulos que en conjunto no cumplen estas normas. En concreto yo vi uno de tres componentes que era algo completamente caótico, pero cada componente por separado, cumplía las leyes de Newton y así sacamos orden del caos.
Ahora vamos a aplicar esto último a la vida real, solo que a la inversa. Si los componentes del péndulo eran ordenados por separado pero caóticos en conjunto, vamos a buscar componentes que sean caóticos por separado pero ordenados en conjunto. La cuestión es que si bien la gráfica de un amigo aislado es caótica, la del conjunto de amigos acostumbra a ser regular a su manera.
No hay que fijarse tanto para darse cuenta de que siempre hay una amigo que ocupa la posición de colchón para cuando te caes, el que más te hace reir, el que te levanta después de caerte, el que sabe qué es lo que más te gusta, con el que te gusta hablar y mantener debates... Hay un amigo para cada cosa y una cosa para cada amigo, y no acostumbra a haber puestos vacantes, dado que si nos falta alguna, no tardamos en buscarnos un poco de yeso para rellenar el pequeño agujero en el muro de la amistad.
En conclusión, aunque estos diferentes puestos van cambiando de ocupante, siempre hay un funcionario en cada ventanilla. Así encontramos cierto orden en la amistad. Aunque las personas cambien y desaparezcan, siempre encontramos, detrás de ellas, a alguien para que ocupe su puesto.
Un físico griego llamado Heráclito dijo: "Todo fluye, nada es" o "Todo fluye, nada permanece" con sus variantes como: "Nunca te bañarás dos veces en el mismo río", y aunque él se refería a la composición de la materia, es perfectamente aplicable a las relaciones humanas, dado que aunque no sea el mismo agua en el que te estás bañando, el río sigue ahí, y aunque el funcionario no sea el mismo, la ventanilla de información atenderá las mismas necesidades que antes, aunque sea un una forma diferente, al igual que el agua del río puede estar más fría o más templada, pero de todas formas, hidrata. Por tanto, no debemos apresurarnos a negar que una amistad ya no es como antes porque incluso aunque se haya acabado, que es un momento doloroso, hay un segundo funcionario, o una segunda corriente de agua esperando para ocupar su lugar, y la anterior ocupará un río diferente dentro de tí.

sábado, 10 de abril de 2010

¿Por qué vemos series de televisión?

Podríamos darle miles de vueltas a esta pregunta, y nunca llegaríamos a una respuesta concreta. Cada persona ve series por un motivo que, realmente resulta mucho más complicado que el "Para entretenernos" bajo el que maquillamos las verdaderas razones para ver series, películas y leer libros.

Yo, por ejemplo, maquillo bajo esta expresión, mi verdadera razón para ver series. Yo veo series porque, cuando las cosas van mal, siempre puedo recurrir a ver la vida de alguien que me distraiga de la mía. Sorprendente, ¿no?, aunque me guste reírme con las series, aunque me guste pasármelo bien y reírme de los chistes, realmente me gusta ver la vida de gente diferente a mí. Cuando veo una serie, me gusta pensar que, tanto en la vida real como en la serie, todo puede terminar bien, las cosas no se tienen por qué ver tan negras.

Las series también constituyen una de las pruebas de que el ser humano es, por naturaleza, bueno. En las series queremos la felicidad de los personajes, queremos la felicidad de estas personas que, sin existir, nos han acompañado en ciertas ocasiones. Aunque este sentimiento antiegoista sea hacia seres virtuales, es un sentimiento tan puro que me hace preguntarme qué pasaría si viésemos a la gente de alrededor como personajes de ficción. También me hace preguntarme por qué es más difícil sentir esto por los compañeros de clase o del trabajo. Quizá porque sabemos que es completamente imposible que los personajes de la televisión nos hagan daño, y eso les hace más fácil de querer.

Por último, las series nos suelen dar el mensaje de esperanza. Siempre nos gustan las series en las que el personaje principal tiene algún problema que lo separa del resto, y que lo coloca en la más absoluta miseria. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros, siempre estará ese chico feo, o paralítico, o huérfano, en definitiva, discriminado por ser diferente. Porque ese chico marginado de nuestro interior se alegra al ver que, aunque sea en una serie, los que son diferentes, tienen derecho también, a un final feliz.

En el deseo de ver series, por tanto, escondemos tanto los principios del Utilitarismo, como los del Hedonismo. Vemos la televisión porque nos da esperanzas y eso nos da un placer que, según la historia que tengamos con la serie, la película o el libro; será más o menos duradero. También vemos la televisión, no por el placer personal, si no porque nos gusta ver felices a los demás, nos gusta la felicidad del resto del mundo, y esa felicidad, nos hace felices a nosotros.