lunes, 30 de mayo de 2011

Bailaré con la lluvia hasta el cuarenta de mayo

Chaparrón de mayo. Ecos de tormenta. Huellas de lluvia por las calles de Madrid. Miles de espejos de agua reflejan el alternante cielo, ni cubierto ni despejado. Un cierto olor a húmedo deambula por el aire, entrando en los pulmones de la gente, que inspira profundamente, intentando captar al máximo el embriagador aroma de la tierra mojada. Días preveraniegos, coronados con una angustiosa incertidumbre que frena el ritmo, y una agónica anticipación que acelera nuestras acciones.

Primeras gotas qeu se precipitan. Gente que se resguarda en los soportales, en tiendas y establecimientos. Permanezco de pie, en medio de arenal, sintiendo los primeros atisbos de la tímida lluvia acariciar mis brazos. Cada vez los proyectiles de agua caen con más frecuencia, precipitándose y rebotando con furia contra el suelo. Sigo sin moverme, me mantengo de pie hasta que la lluvia forma una densa cortina que no deja ver más allá, hasta qeu las letras de los carteles se notan borrosas y parecen distntes, hasta que sólo somos yo y el agua que baila conmigo.

Me abandono al sentimiento de libertad que supone sentir mi ropa, mi pelo y todo mi cuerpo empapado. No hay nada más. No hay preocupaciones, no hay agonías... tan sólo somos yo y la lluvia, que me limpia por dentro y me renueva. No pienso. No quiero pensar qué pasará cuando llegue el cuarenta de mayo, cuando cesen estas intermitentes aguas torrenciales, y vuelva a estar solo. No lo sé. No quiero saberlo. Hasta entonces, seguiré bailando con la lluvia.

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